“Bodas
de sangre” en un claustro románico.
Pedro Oliván
Si ya resulta encomiable el reto
afrontado por el Teatro de Robres de haber montado la trilogía lorquiana tan solo en el
transcurso de cinco años: La casa de Bernarda Alba, en 2006; Yerma,
en 2009 y Bodas de sangre, en 2011 y mantenerlas activas en cartel hasta
hoy mismo, resulta más sorprendente y admirable constatar el nivel de
superación y perfeccionamiento que aportan en cada representación.
Una tarea inexplicable sin la
capacidad creativa y meticulosa de su director, el acierto en la asignación de
los papeles de reparto, la compenetración y empatía de todo el grupo y la
integración tan vivificante de bailes y música en directo y en acústico.
Si a esto añadimos el gusto en la selección de espacios abiertos y monumentales y la
habilidad de adaptación del montaje a estos espacios: Castillo de Loarre,
Santuario de Magallón, el CDAN, Labuerda, Claustros de S. Pedro ahora..., podemos y debemos apreciar y valorar mejor todavía las razones de sus
éxitos y su fama.
La actuación en los claustros de
S. Pedro de Huesca en las noches del 30 de junio y 2 de julio constituyeron dos
experiencias imborrables para el propio grupo y para el público, pues
supieron generar y transmitir esas sensaciones vivas, realistas y emocionantes
de esos dramas humanos de la España profunda y de los seres humanos.
La representación de un drama
humano que F. García Lorca pergeña con una estructura comparable a las
tragedias del teatro clásico griego con un lenguaje tan rico en refranes
populares, metáforas naturalistas y letrillas de canciones que quedan muy bien
plasmadas en el montaje del Teatro de Robres.
Aquel diálogo del coro con los
actores en el teatro clásico griego reaparece en el drama lorquiano en las
intervenciones de las vecinas, los amigos, los familiares, el pueblo en
definitiva que ve, comenta, intuye, sentencia...
Los antagonismos de caracteres,
de sentimientos y de valores morales y sociales de los personajes principales
ponen en evidencia los conflictos que desencadenan
la pasión amorosa irrefrenable, la ambición, el rencor...
Las canciones y bailes populares
permiten regular y aliviar la tensión dramática configurando los distintos
estados de ánimo de cada momento de la obra: ilusión y alegría contenida, festejo en la boda,
temor y llanto ante la muerte.
Si añadimos como colofón que
estas dos representaciones las realizaron a beneficio de la Asoc. de Obreros de S. Pedro el Viejo y que
la sesión del domingo la desarrollaron contra viento y marea sin adredarse ante
la lluvia, los relámpagos y los truenos que, a su vez, propiciaron un efecto natural, impactante e
irrepetible a la escena final entre la madre y la novia, ¡chapeau a nuestro
Teatro de Robres¡.